Comentario
CAPÍTULO III
Las idas y venidas de los mensajeros
Hablan los textos indígenas, principalmente los informantes de Sahagún, acerca de las varias idas y venidas de los mensajeros de Motecuhzoma hacia las costas del golfo, por donde habían aparecido los forasteros. Se ofrecen primero algunos textos tomados del Códice Florentino referentes a las instrucciones dadas por Motecuhzoma a sus mensajeros. En dichos textos aparece claramente la proyección que hicieron los nahuas de sus antiguas ideas para explicarse la venida de los españoles: pensaban que el recién llegado era Quetzalcóatl, Nuestro Príncipe.
A continuación, relatan los indios el modo como llegaron los mensajeros hasta la orilla del mar, siendo allí recibidos por los españoles, a quienes entregaron los dones enviados por Motecuhzoma. Es particularmente interesante la descripción que hacen los indios de los dones ofrecidos a Cortés y del modo como éste trató luego de atemorizarlos, disparando ante su vista un arcabuz.
La tercera parte de este capítulo trata del regreso de los mensajeros de Motecuhzoma a México-Tenochtitlan y de los informes que dan a éste, acerca de cómo eran los españoles, sus cañones, los animales en que venían montados, especie de "venados" enormes, pero sin cuernos, sus perros, etcétera.
Motecuhzoma instruye a sus mensajeros
Motecuhzoma luego dio órdenes al de Cuetlaxtlan, Pínotl, y a todos ellos. Les dijo:
-Dad orden: que haya vigilancia por todas partes en la orilla del agua, en donde se llama Nauhtla, Tuztlan, Mictlancuauhtla. Por donde ellos (los forasteros) vienen a salir.
Inmediatamente se fueron los mayordomos. Dieron órdenes de que hubiera vigilancia.
Por su parte Motecuhzoma hizo junta con sus príncipes:
El Cihuacóatl Tlilpotonqui, el Tlacochcálcatl Cuappiaztzin, el Tizociahuácatl Quetzalaztatzin, el Huiznahuatlailótlac Hecateupatiltzin. Les hizo oír el relato y les mostró, les puso a la vista los collares que había mandado hacer.
Les dijo:
-Hemos admirado las turquesas azules. Se guardarán bien. Los tesoreros las guardarán bien. Si dejan que se pierda alguna, nuestras serán sus casas, nuestros hijos, los que están en el seno materno.
E hizo su turno el año, que linda con 13-Conejo. Y cuando a va a tener fin, al ya acabarse el año 13-Conejo, vienen a salir, son otra vez vistos.
Luego presurosos vienen a dar cuenta a Motecuhzoma. Al saberlo, también deprisa envía mensajeros. Era como si pensara que el recién llegado era nuestro príncipe Quetzalcóatl.
Así estaba en su corazón: venir sólo, salir acá: vendrá para conocer su sitio de trono y solio. Como que por eso se fue recto, al tiempo que se fue.
Envió Motecuhzoma cinco que lo fueran a encontrar, que le fueran a regalar dones. Los guiaba un sacerdote, el que tenía a cargo y bajo su nombre el santuario de Yohualichan.
En segunda, el de Tepoztlan; el tercero, el de Tizatlan; el cuarto era el de Huehuetlan, y el quinto, el de Mictlan grande.
Les dijo:
-Venid acá, caballeros tigres, venid acá.
Dizque otra vez ha salido tierra nuestro señor.
Id a su encuentro, id a hacerle oír: poned buena oreja a lo que él os diga. Buena oreja tenéis que guardar.
Los dones que se ofrecen a los recién venidos
He aquí con lo que habéis de llegar a nuestro señor:
Este es el tesoro de Quetzalcóatl:
Una máscara de serpiente, de hechura de turquesas.
Un travesaño para el pecho, hecho de plumas de quetzal.
Un collar tejido a manera de petatillo: en medio tiene colocado un disco de oro.
Y un escudo de travesaños de oro, o bien con travesaños de concha nácar: tiene plumas de quetzal en el borde y unas banderolas de la misma pluma.
También un espejo de los que se ponen al trasero los danzantes, guarnecido de plumas de quetzal. Ese espejo parece un escudo de turquesas: es mosaico de turquesas, de turquesas está incrustado, tachonado de turquesas.
Y una ajorca de chalchihuites, con cascabelillos de oro.
Igualmente, un lanza-dardos guarnecido de turquesas: todo de turquesas lleno, es como si tuviera cabecillas de serpiente; tiene cabezas de serpiente.
Y unas sandalias de obsidiana.
En segundo lugar les dio el atavío de Tezcatlipoca:
Un capacete de forma cónica, amarillo, por el oro, lleno todo él de estrellas.
Y sus orejeras adornadas con cascabeles de oro.
Y un collar de concha fina: un collar que cubre el pecho, con hechura de caracoles, que parecen esparcirse desde su borde. Y un chalequillo todo pintado, con el ribete con sus ojillos: en su ribete hay pluma fina que parece espuma.
Un manto de hilos atados de color azul, éste se llama el "campaneante resonador". A las orejas se alza allí se ata.
También está colocado un espejo de dorso.
Y también un juego de cascabeles de oro que se atan al tobillo.
Y un juego de sandalias de color blanco.
En tercer lugar, el atavío de Tlalocan Tecuhtli; (señor del Tlalocan):
Una peluca de plumas de quetzal y de garza: toda hecha de pluma de quetzal, llena totalmente de pluma de quetzal; como que verdeguea, como que está verdegueando, y sobre ella, un travesaño hecho de oro y concha nácar.
Unas orejeras en forma de serpiente, hechas de chalchihuite.
Su chalequillo matizado con chalchihuites.
Su collar: un collar de chalchihuites, tejidos en petatillo, también con un disco de oro.
También un espejo para la parte de atrás, tal como se dijo, también con campanillas.
La manta con que se cubre, con bordes de anillos rojos, y cascabeles para el pie, hechos de oro.
Y su bastón de forma serpentina con mosaico de turquesas.
En cuarto lugar, también el atavío de Quetzalcóatl:
Una diadema de piel de tigre con plumas de faisán: sobre ella hay una enorme piedra verde: con ésta está ataviada la cabeza.
Y orejeras de turquesas, de forma redonda, de las cuales pende un zarcillo curvo de concha y oro.
Y un collar de chalchihuites tejido en manera de petatillo: también en el medio yace un disco de oro.
Y la manta con que se cubre, con ribetes rojos.
También requiere en el pie cascabeles de oro.
Y un escudo de oro, perforado en el medio, con plumas de quetzal tendidas en su borde; también con banderola de quetzal.
Y el cayado torcido propio de Ehécatl: curvo por arriba, con piedras preciosas blancas, constelado.
Y sus sandalias de espuma.
Allí están todos los géneros de insignias que se llaman "insignias divinas". Fueron puestos en posesión de los embajadores. Y aún muchos más objetos que llevaron como regalos de bienvenida:
Un capacete de caracol hecho de oro.
Una diadema de oro.
Luego esto fue acomodado en cestones, fue dispuesto en armadijos para la carga.
Y por lo que toca a los cinco mencionados, luego les da órdenes Motecuhzoma, les dice:
-Id, no os demoréis. Haced acatamiento a nuestro señor el dios. Decidle:
-"Nos envía acá tu lugarteniente Motecuhzoma. He aquí lo que te da en agasajo al llegar a tu morada de México".
Llegan los mensajeros ante los españoles
Pues cuando hubieron llegado al borde del mar, los trasportaron, en barcas los llevaron a Xicalanco.
Otra vez allí los tomaron en barcas, los llevaron los marineros: todos los objetos pusieron en barcas, los colocaron, los metieron en ellas.
Y metidos ya en sus canoas, por el río fueron, llegaron a las barcas de aquéllos (de los españoles), se repegaron a sus barcas.
Ellos (los españoles) les dijeron:
-¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde vinísteis?
-Hemos venido de México.
Otra vez les dijeron:
-Puede ser o no ser que vosotros de allá procedáis, o tal vez no más lo inventáis; tal vez no más que nosotros os estáis burlando.
Pero su corazón se convenció, quedó satisfecho su corazón. Luego pusieron un gancho en la proa de la nave; con ella los levantaron estirando, luego pararon una escala.
Por tanto, subieron a la nave. Iban llevando en los barcos los objetos. Uno a uno hicieron la ceremonia de tocar la tierra con la boca delante del capitán (o sea, hicieron reverencia y juramento).
En seguida le hacen una arenga, le dicen:
-Dígnese oírlo el dios: viene a rendir homenaje su lugar-teniente Motecuhzoma. Él tiene en cargo la ciudad de México. Dice: "Cansado ha quedado, fatigado está el dios".
En seguida atavían al capitán. Le pusieron con esmero la máscara de turquesa, en ella estaba fijada la banda travesaña de pluma de quetzal.
Y de esta máscara va pendiendo, en ella está la orejera de uno y otro lado.
Y le pusieron el chalequillo, lo enchalecaron. Y le pusieron al cuello el collar de petatillo: el petatillo de chalchihuites: en medio tiene un disco de oro.
Después, en su cadera le ataron el espejo que cae hacia atrás y también le revistieron por la espalda la manta llamada "campanillante".
Y en sus pies le colocaron las grebas que usan los huastecos, consteladas de chalchihuites, con sus cascabeles de oro.
También le dieron, en su mano le pusieron el escudo que tiene travesaño de oro y de concha nácar, con sus flecos de pluma de quetzal y sus banderolas de lo mismo.
Ante su vista pusieron las sandalias de obsidiana.
En cuanto a los otros tres géneros de atavíos divinos, no hicieron más que colocarlos enfrente de él, los ordenaron allí.
Así las cosas, díjoles el capitán:
-¿Acaso ésta es toda vuestra ofrenda de bienvenida? ¿Aquello con que os llegáis a las personas?
Dijeron ellos:
-Es todo: con eso hemos venido, señor nuestro.
Cortés trata de poner temor en los indios
Entonces dio órdenes el capitán; en consecuencia, fueron atados (los indios); les pusieron hierros en los pies y en el cuello. Hecho eso, dispararon el cañón grande.
Y en este momento los enviados perdieron el juicio, quedaron desmayados. Cayeron, se doblaron cada uno por su lado: ya no estuvieron más en sí.
Los españoles, por su parte, los levantaron, los alzaron, les dieron de beber vino, y en seguida, les dieron de comer, los hicieron comer. Con esto, recobraron su aliento, se reconfortaron.
Así las cosas, les dijo el capitán:
-Oídlo: he sabido, ha llegado a mi oído, que dizque los mexicanos son muy fuertes, que son muy guerreros, que son muy tremendos.
Si es un solo mexicano, muy bien pone en fuga, bien hace retroceder, bien vence, bien sobrepasa, aunque de veras sean diez y acaso aun si son veinte los guerreros.
Pues ahora mi corazón quiere quedar convencido: voy a ver yo, voy a experimentar qué tan fuertes sois, ¡qué tan machos!
Les dio en seguida escudos de cuero, espadas y lanzas. Y además (dijo):
-Muy tempranito, al alba se hará: vamos a contender unos con otros: vamos a hacer torneo en parejas; nos desafiaremos. Tendremos conocimiento de las cosas. ¡A ver quién cae al suelo!
Respondieron al capitán, le dijeron:
-óigalo el señor: ¡puede ser que esto no nos lo mandara Motecuhzoma, lugarteniente tuyo!# En exclusiva comisión hemos venido, a dar reposo y descanso hemos venido, a que nos saludemos unos a otros. No es de nuestra incumbencia lo que el señor quiere. Pero si tal cosa hiciéramos, pudiera ser que por ello se enojara mucho Motecuhzoma. Por esto acabara con nosotros.
Dijo al punto el capitán:
-No, se tiene que hacer. Quiero ver, quiero admirar: ha corrido fama en Castilla de que dizque sois muy fuertes, muy gente de guerra. Por ahora, comed muy temprano: también yo comeré. ¡Mucho ánimo!
Después los despachó, los hizo bajar a su navío de ellos (de los indios). No bien hubieron bajado a su nave, remaron fuertemente. Se remaba con ardiente afán. Algunos aun con las manos remaban, iban con el alma afanada. Se decían unos a otros presurosos:
-¡Mis capitanes, con todas vuestras fuerzas!# ¡Remad esforzadamente. No vaya a sucedernos algo aquí! ¡Que nada nos pase!#
Con toda prisa llegaron por el mar hasta el sitio llamado Xicalanco.
Con trabajos tomaron aliento allí. Luego con gran empeño siguieron su camino. Llegaron a Tecpantlayacac. De allí se pusieron en camino, fueron de marcha y llegaron presurosos a Cuetlaxtlan. Tal como en su viaje de ida, tomaron allí aliento.
Y el cuextlaxteca les dijo:
-¡Siquiera un día descansen! ¡Siquiera tomen aliento!
Pero ellos le dijeron:
-¡Pues no! Estamos deprisa: vamos a darle cuenta al señor rey Motecuhzoma. Le diremos qué hemos visto. Cosa muy digna de asombro. ¡Nunca cosa así se vio! O, ¿acaso tú antes lo oíste?
Regreso de los mensajeros
Luego deprisa se fueron, hasta México llegaron. Y entraron no más de noche; sólo en la noche llegaron.
Y cuando esto sucedió, Motecuhzoma ya no supo de sueño, ya no supo de comida. Ya nadie con él hablaba. Y si alguna cosa hacía, la tenía como cosa vana. Casi cada momento suspiraba. Estaba desmoralizado, se tenía como un abatido.
Ya nada que da dicha, ya no cosa que da placer, ya no cosa de deleite le importaba.
Y por todo esto decía:
-"¿Qué sucederá con nosotros? ¿Quién de veras queda en pie?
¡Ah, en otro tiempo yo fui!# ¡Vulnerado de muerte está mi corazón! ¡Cual si estuviera sumergido en chile, mucho se angustia, mucho arde!# ¿Adónde, pues, nuestro señor?".
Entonces dio órdenes a los que tenían el cargo de vigilar, los que guardan sus principales cosas. Les dijo:
-Aun cuando durmiendo esté, avisadme: --Ya llegaron los que enviaste a la mar.
Pero cuando fueron a decirlo, dijo al momento:
-Aquí no los quiero oír. Los oiré allá en la Casa de la Serpiente. Que allá vayan.
Y viene a dar orden, dice: ¡que se tiñan de greda dos cautivos!#
Y luego fueron a la Casa de la Serpiente los enviados. También él, Motecuhzoma. Luego a sus ojos fueron los sacrificios. Abrieron el pecho a los cautivos: con su sangre rociaron a los enviados.
La razón de hacer tal cosa, es haber ido por camino muy difícil; por haber visto a los dioses; haber fijado sus ojos en su cara y en su cabeza. ¡Bien con los dioses conversaron!#
Lo que vieron los mensajeros
Hecho esto, luego dan cuenta a Motecuhzoma. Le dijeron en qué forma se habían ido a admirar y lo que estuvieron viendo, y cómo es la comida de aquéllos.
Y cuando él hubo oído lo que le comunicaron los enviados, mucho se espantó, mucho se admiró. Y le llamó a asombro en gran manera su alimento.
También mucho espanto le causó el oír cómo estalla el canon, cómo retumba su estrépito, y cómo se desmaya uno; se le aturden a uno los oídos.
Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de sus entrañas: va lloviendo fuego, va destilando chispas, y el humo que de él sale, es muy pestilente, huele a lodo podrido, penetra hasta el cerebro causando molestia.
Pues si va a dar contra un cerro, como que lo hiende, lo resquebraja, y si da contra un árbol, lo destroza hecho astillas, como si fuera algo admirable, cual si alguien le hubiera soplado desde el interior.
Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas.
Los soportan en sus lomos sus "venados". Tan altos están como los techos.
Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado.
En cuanto a sus alimentos, son como alimentos humanos: grandes, blancos, no pesado, cual si fueran paja. Cual madera de caña de maíz, y como de médula de caña de maíz es su sabor. Un poco dulces, un poco como enmielados: se comen como miel, son comida dulce.
Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo.
Sus panzas, ahuecadas, alargadas como angarilla, acanaladas.
Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando. Manchados de color como tigres, con muchas manchas de colores.
Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de gran temor y como se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia.